Centenares de cuñas y martillos de piedra jalonan desmontes y minas a rasgo abierto sobre las laderas de los cerros Puntiudos e Infieles, especialmente en el primero, en un pliegue de montañas aledañas por el oeste al pueblo de Almirante Latorre. Un hilo de agua corre tranquilamente en medio de esos cerros. Es quebrada Las Pircas, un ejemplo representativo del paisaje donde el agua solo es un poco más abundante en años de extraordinaria pluviometría. La materia prima para las herramientas es local y todo es un enroque de faenas incaicas que se han venido estudiando desde finales de la década del ´50 del siglo pasado a la fecha.
Quien tenga conocimiento territorial del norte semiárido chileno sabrá que ir de un valle a otro es atravesar una sumatoria de quebradas donde la aridez se expresa en plenitud. Circunscribiéndonos al vasto corredor entre el río Elqui y la quebrada de Los Choros, sabrá también que los cerros se cruzan por doquier y que, al menos desde hace unos nueve milenios atrás, gente cazadora recolectora hizo camino previo al paso de jinetes, cateadores, arrieros y, ahora último, campesinos que siguen los pasos de sus abuelos cabreros en un ámbito cada vez más surcado de vehículos. Huellas más, huellas menos, es el mismo escenario geográfico, seco y profundo, de toponimia apenas develada en cuanto a nombres en lenguas originarias.
Seguramente acicateado por la búsqueda de tierras aptas para minería y ganadería, toda vez que rápidamente la elite encomendera entrara a ocupar lo mejor de los valles, en 1695 el teniente Santiago Flores se internó entre los desfiladeros, solicitó a la corona mil cuadras de tierra y luego se aposentó en una estancia cuyo título evoca la lengua vernácula del lugar en que esta se sitúa.
Se trata de Mancaguarcuna, Guarcamarcuna o Gualcamalcana, según puede figurar en documentos coloniales, un vocablo seguramente desconocido a oídos de los nuevos moradores, lejos de lo que en realidad había representado como dominio inca en afanes esencialmente mineros, extendido por recónditas quebradas al este del valle del Elqui. La castellanización del territorio termina por difuminar los nombres indígenas, especialmente por la consiguiente emergencia de estancias que derivan en la configuración de una comunidad de pastores/crianceros de caprinos como es Olla de Caldera; por eso la expresiva cantidad de minas y herramientas de piedra para el trabajo minero que, asumimos, fue el sumun de las labores extractivas incaicas en Mancaguarcuna, figuran ahora en la monumentalidad de cerros llamados Los Puntiudos y Los Infieles.
El descubrimiento del comentado topónimo quechua fue gracias a lecturas de documentos en manos de antiguos comuneros de Olla de Caldera, enterándonos también que, a principios del siglo XX, para los más cercanos a los citados cerros les eran familiar «las minas de Los Indígenas» existentes en tales faldeos. En la década del ´40, los mismos lugareños ascendieron hasta la cumbre de Los Puntiudos, abriendo por su cuenta el adoratorio de altura que fue erigido por los incas. A su vez, martillos y cuñas de piedra, así como un cúmulo de ofrendas sacadas del citado adoratorio (piezas de metal y conchas de Spondylus) formaban parte de una colección que comenzó a ingresar al Museo Arqueológico de La Serena en 1944.
Investigaciones en los años 1958, 1980, 1990, 2000, 2006 y 2013 han sumado observaciones acerca del sorprendente laboreo minero que, a la larga, viene a ser único en cuanto a envergadura conocida entre los valles de Copiapó y Choapa.
Las derrumbadas paredes de piedras, ya sea de recintos aislados o agrupaciones en torno a las minas, cuentan con un buen cúmulo de información publicada. También se ha hablado de la distribución de los laboreos, calidad de los productos explotados y, en general, de todo aquello que se asoma a la vista de prospecciones que hasta hoy cuenta con mínimos estudios estratigráficos. Como primera intención, en el presente artículo se da a conocer con mayores detalles los tipos de herramientas con lo cual fue posible ir rompiendo el cerro. Pero también es hora de agrupar características de componentes del cotidiano como restos de ollas y de otra alfarería más elaborada, desechos de comida expresada a través de huesos de mamíferos y peces, caparazones de erizos y una que otra minucia, por ejemplo, carbón de las cocinas.
Palabras clave: Minería inca, adoratorio de altura, labores extractivas, producción de herramientas, camino del inca.
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